Nos vemos en el Nasti

Carta abierta a T.

No he vuelto a conocer a una persona «de color rojo». 

-Joder, T, cierra la ventana, hace un frío de cojones todavía. Brrf. Pásame esa manta. ¿Traes unos pitis?

T, saca una pitillera con cremallera de color rojo desde detrás de la ventana mientras me sonríe maliciosa y da un brinco desde el balcón hasta quedarse al lado de mi cama.

T. siempre me visita así, por la noche, acechando desde afuera, como si mi cuarto y el suyo no estuviesen a una puerta, pared con pared. Me pasa un cigarrillo Lucky, que son los que fumamos generosamente en esta casa, aspira el humo y me lo echa en la cara con una mueca burlona. La empujo y finjo toser. Me abraza.

 

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Con todo mi amor, te echamos de menos.


-Oye, tu ya sabes que todo el mundo tiene secretos pero creo que este se pasa un poco de la raya, ¿no?.

T. se encoge de hombros y se recuesta panza arriba sobre la cama. Apaga la luz a sus espaldas y ojea mis posters de cine a través de esa oscuridad clara que nos regala la luna. El de Elephant le encanta. Yo enciendo el mechero y me tumbo cerca de ella. Silencio y caladas.

– Lo pasamos de puta madre ahí atrás, ¿eh? – nos miramos sin poder evitar reírnos a carcajadas – Estaba pensando en que no recuerdo el día en que te conocí, joder, T., no lo recuerdo. Supongo que fue en el comedor de la residencia, la ostia, qué ilusión nos hacía decir que éramos gallegas. Nostalgia creo, morriña de dos días de los que estudiamos fuera.
Si me fijé en ti tuvo que ser porque eres una payasa, no te enfades, ¿eh? pero es la verdad. Eres de esas personas que cuando las ves te hacen cosquillas con la mirada y eso gusta, sacar a pasear la sonrisa 24 horas ¡y ya sabes cómo nos gustaba a nosotras salir!

Te, yo y Madrid.
T., yo y la noche de Madrid.

– Escucha. Me sentó ‘como el culo’ aquello aunque creo que no reaccioné hasta tarde. Lo de aquel día, fue una faena, ¿sabes? Para todos, para mi, para tu familia, para todos los que te queríamos con locura. No me lo esperaba y creo que me enfadé más conmigo que contigo por no haberlo visto venir. No sé, podías haber… podía haber… o no. Quizás nadie pudo presagiar nada.

 

Solo quiero decirte que  me alegro de que todavía vengas a veces de visita para saber, como tú decías, «qué se cuece por el mundo».

Está empezando a despuntar el sol y la tierra del parque que hay frente a nuestra casa comienza a dorarse. Miro a T. que se desliza hacia el balcón y mientras se sube a mi mesa llena de recortes y libretas, me dice con ese acentazo coruñés tan quebrado que le conozco: «nena, no llores que nos veremos en el Nasti»  y se pierde con un guiño de ojo tras el balcón.

Nos vemos en el Nasti, T.