Crítica de cine.
El realismo ficticio y el influjo de poder simbolizan el despertar de un estilo de vida oculto.
Entre lo verídico que se aprecia en el filme de Barry Levinson, se advierten valores como los representados en La cortina de humo, que establecen paralelismos mutuos entre el espectador, asociado a la defensa de su propio yo, una patria imaginaria que jamás ha de ser abandonada y un sistema democrático “fallido” que ha de transformase a sí mismo para vencer.
Con un guión, de Hilary Henkin y David Mamet, que se apodera del más codicioso público, se refleja una sociedad que da prioridad a sus instintos de supervivencia. La victoria es para los que se engañan así mismos y demuestran al mundo que la mentira es un don que otorga un poder inimaginado: la credibilidad capaz de manipular al ser humano.
La amenaza de fracaso ante la reelección de un candidato a la presidencia de E.E.U.U. desencadena una guerra, inventada por el asesor de éste, que tiene como objetivo distraer a los medios de comunicación para que las acusaciones de una posible relación con una menor resten importancia. Para ello, utilizan un contacto destacado en la industria hollywoodiense, el productor Stanley Motss, quien genera una serie de situaciones cinematográficas simulando un conflicto real.
Las consecuencias darán lugar a un rumor que mantendrá en vilo al país y ocultará, no sin inconvenientes, los avatares de la política vigente.
La cortina de humo nos envuelve en una burla a la sociedad actual y a las ansias de poder que finalizan con lo que en un principio pretendía defenderse: la transparencia del Estado como conjunto de ciudadanos que delimitan su libertad con la del resto de individuos.
El costoso montaje intertextual contrasta con la simplicidad de la película, haciéndola factible a las perspectivas más cerradas y captando la atención sobre los diversos caracteres de los protagonistas. Dustin Hoffman y Robert De Niro encabezan un reparto en el cual la dureza extrema y la falta de sensibilidad por lo ajeno describen a la perfección un mundo no tan televisivo como creíamos.
La reflexión sobre temas como los que se atañen en la película es, sin lugar a dudas, un punto de inflexión en la conciencia de la sociedad desgarradora en la que se ambienta, en el espectáculo como visión de un futuro creado por y para uno mismo.
El egoísmo, como inventiva, se reaviva en estas secuencias llevadas al límite de lo estrambótico y secunda la realidad, dolorosa para unos y tan familiar para otros.
Convencer es vencer. Y sabemos que una estratagema es difícil de demostrar, pero no imposible. Piensen.