Se siente bien para mi

Estoy animado, y estoy feliz, y soy libre, tengo mi corazón entero desplegado ante mi, y por fin puedo ver cómo han sido siempre las cosas, la necesidad de paz empieza por uno mismo.

Así que dejo mis posesiones al viento y ya dejé de ansiar cualquier cosa, ya puedo morir satisfecho, no escondo ningún deseo. No va a ser hoy, no va a ser hoy, ni durante las mil vidas siguientes.

Yo quiero ser un caballito de mar, un caballito de mar.

Bueno, tengo miedo de volver a nacer si es en esta forma otra vez y quiero saber cómo, por qué, dónde, cuándo y entonces quiero verte ser el cielo de la noche brillante, quiero ver que te vuelves como la luz.

Un pedacito de mi

¡Por fin! Ha llegado el Otoño. No podría ser un día mejor. Llueve y tengo ganas de irme a Madrid, así que retraso el reloj hasta las 11 de la mañana y me marcho con un jersey gris que es dos veces yo y mi gorro con orejeras.

Paseo por la Plaza del Dos de Mayo hasta que se me congela la nariz; hay decenas de personas leyendo el periódico. Ha dejado de interesarme lo que ocurre a kilómetro y kilómetros de aquí. Únicamente me interesa qué zumo de temporada hay hoy en el Lolina Café, sentarme y consumirme dentro de la taza humeante mientras escucho el repiqueteo de la lluvia en los charcos.

Campo en otoño con pies dayda littledayda

Paso la mañana digiriendo el exceso de personas que se golpean con los codos cuando caminas por Fuencarral pero esa sensación de agobio se evapora al sentarme en el  patio del Museo Reina Sofía. Ni siquiera tengo la intención de pagar entrada. Solo me quedo allí, mirando. Joder, qué frío. Me gusta el frío. Me gusta observar  a la gente.  Es un voyeurismo asexual que te estimula el intelecto. Podría pasarme el día mirando las expresiones en la cara de la gente e intentando adivinar qué piensan, quiénes son, cuál es su historia.

Pero entonces Madrid llega por detrás y te grita al oído: camina, chica, que no llegas. Corre ¡Corre! ¿A dónde tengo que llegar?

Madrid es así, cuando menos lo esperas tira de ti tan fuerte que te desencaja.

Vuelvo a poner el reloj en hora. Regreso a casa.

Me quedo con esa sensación de tristeza y de nostalgia casi tan pegajosa como la ‘morriña’. ¿Qué me pasa? Me he dejado algo allí.

Amar a Supertramp

Christopher J. McCandless (Alexander Supertramp)el loco, el perturbado, el inconsciente. Te amo. Te amo.

Amo tu manera de cambiar el mundo, cambiar tu mundo.  Amo la valentía y el coraje para decir ‘no’. Amo el ‘querer’, la ‘búsqueda’ y el ‘encontrarse’. El perdonarse uno mismo por las despedidas y las cicatrices ajenas en pro de saberse auténtico.

Amar la vida. Amar a Supertramp.

«Tal es el camino del mundo que nunca se puede saber en dónde poner toda tu fe y cómo va a crecer.

Voy a levantarme quemando agujeros en oscuros recuerdos, voy a levantarme convirtiendo errores en oro.

Tal es el paso del tiempo, demasiado rápido para replegarse y de repente, tragado por sus señales. Deprimido y contemplando.

Voy a levantarme, buscar mi dirección magnéticamente, voy a levantarme, arrojar mi as en el agujero.»

Los fantasmas que llevo dentro

Me he enamorado de una casa. En realidad de un balcón.

No puedo decir algo más significativo como que está en la Calle Placer. Eso lo dice todo. Salí de trabajar y cambié el rumbo habitual para perderme un poco por las callejuelas de la ciudad. Y ahí estaba, mirándome desde lo alto y guiñándome un ojo. «Qué lugar tan solitario» -pensé- «me encanta».

El fantasma de la casa salió al balcón a saludarme, riéndose sin parar con una carcajada de esas que te contagian por dentro aunque no quieras. Quedamos en esa puerta de madera resquebrajada por la lluvia y me invitó a pasar.

casa dayda lilltedayda

Allí estaban, por las paredes, los lienzos que había pintado al óleo cuando era pequeña, sobre la coqueta mi colección de ranitas de cristal; del salón blanco inmaculado se elevaban estanterías repletas de libros y en la pantalla del televisor se proyectaban, entremezcladas, imágenes de las películas de Bergman.

casa 2 dayda littledayda

Ya anochecía cuando me fui de allí con esa sensación de verano que a veces te inunda el pecho.

En el balcón se habían encendido esas pequeñas bombillas que decoran el techo y parecen estrellas. El espíritu de aquella casa bailaba bañándose en los últimos haces de luz del crepúsculo mientras los arenosos sonidos del tocadiscos hacían cantar a Edith Piaf.

Al bajar la calle todavía podía olerse ese aroma mágico a fresas salvajes.

Algún día volveré, y esta vez, para quedarme.